Es
costumbre asociar elementos numéricos para el ejercicio de nuestra memoria
histórica, para acercarnos, así sea por mera curiosidad o por el más alto
anhelo de reivindicación, a aquellos sucesos que marcan de rojo a nuestra
mayúscula América, tal como le gustaba denominarla el “Che”, quien no escapa de
dicho ejercicio. Tan sólo 10 años de aquella masacre, de aquel robo, de aquella
expropiación de dos vidas al servicio de las causas nobles y populares, plebeyas
y revolucionarias. Tan sólo 10 años, de aquellas abruptas partidas a no se
dónde, ni tampoco es lo importante saber donde van esas vidas que desaparecen
por orden del poder, por el sólo hecho de reclamar lo justo, de enfrentarse a
un poder ilegitimo y ser parte de aquellos compañeros y compañeras que desean
ser imprescindibles para llevar a la práctica aquel poema de Bertolt Brecht.
Lo
importante es comprender que la decisión de su partida no responde a un acto
voluntario de dos compañeros que dijeron basta, que se cansaron del andar
rengueado en este mundo que se encuentra patas arriba y que gira siempre hacia
la derecha. Un leve giro hacia la izquierda desata las peores fuerzas oscuras,
descienden los gorilas de sus academias de la muerte y se instala un horrendo
silencio que vence el sonido de las armas que nublaron los sueños de libertad
de Maxi y Darío. No le dispararon únicamente a dos compañeros, le dispararon a
la historia de nuestra mayúscula América, le imprimieron a nuestra trágica historia
letras de sangre con olor a olla popular, a reclamos de los pobres, a trabajo
cotidiano por construir hoy la sociedad que se quiere. Esas nuevas páginas que
se han agregado al continuo libro de nuestra historia reflejan que la pólvora
de aquellos hombres que han viajado desde el “viejo mundo” para traer
“progreso” a nuestras tierras no se ha borrado, sino que han sido otros quienes
han tomados aquellas armas y ahora no sólo disparan contra los pueblos
originarios, todavía lo siguen haciendo, sino contra los pueblos que claman
dignidad y no esperan sentados a que un mesías regrese a la tierra para
sembrarla de paz y justicia.
Meses
antes que nuestros compañeros, Maxi y Darío, caigan en combate contra el
sistema explotador, expresado en la figura de lo más repulsivo que ha tenido la
sociedad argentina como representante político: Eduardo Duhalde; Latinoamérica
estallaba. La policía asesina, representante de los intereses oligárquicos
dependientes de las decisiones del “Caliban” hablando en boca de Rubén Darío, comenzaba
a apuntar los cañones contra los vientos de cambio en las tierras ubicadas a
las puertas del gran mar Caribe.
Un Abril de movilización popular recreaba la
gesta independentista robada por las guerras intestinas, por la traición de los
“santanderes”, por el capricho imperialista del sojuzgamiento, de las cadenas
que se niegan a quebrarse contra el filo de un pueblo que quiere conquistar
aquella libertad acariciada, más no sostenida, por Bolívar. Todo 11 de Abril
tiene su 13, un 13 cargado de color negro, de cerros que descienden en busca de
rescatar su dignidad, de masas de obreros y campesinos que sienten una voz
interior, como la que sentía Sócrates, la cual le dice: “Ve y enfréntate al
enemigo, no seas cobarde, para cobarde están los que mandan a disparar, porque
no tienen los huevos para hacerlo, porque prefieren utilizar la obediencia de
sus aparatos represivos que seguir el ejemplo de los nuevos sujetos que hacen
escena en el teatro de las transformaciones sociales.”
El golpe
de Estado fue quebrado, sus actores principales escaparon y otros fueron
perdonados por un personaje que prefirió calmar las aguas antes de ver más
sangre derramada, cosa que no logro entender y que muchos compañeros y
compañeras aún reclaman. La Revolución Bolivariana rompe esquemas, enfada a
aquellos intelectuales colonizados que exigen que se practique el dogma, que se
nombren sujetos abstractos, que se impongan modelos foráneos, que no se pruebe
la originalidad propia de una tierra que ha parido guerreros y enfrentado la
barbarie imperialista. Sí… Sarmiento se equivocó, lo bárbaro es aquello que
neutraliza las fuerzas creadoras, que trae de afuera sus manufacturas y se
lleva nuestros recursos, que esparce empréstitos y después exige su pago a
fuerza de golpes de Estado, que no vacila en quitar el pan a un recién nacido,
ni tampoco la sonrisa a un abuelo. Pero hoy podemos hablar de algo diferente,
podemos escribir la historia de un rojo no sangriento, sino de un rojo que trae
consigo las mejores experiencias, todas son mejores, de todos los rincones de
nuestra mayúscula América para decir basta a tan trágica historia.
El
Socialismo del siglo XXI o del “Buen Vivir” es expresión de justicia frente a
un doble crimen, el de Maxi y Darío, porque por más que se “pudrieran” en la
cárcel como presos comunes los actores intelectuales y materiales, si las
injusticias por las que lucharon nuestros compañeros siguen presentes, entonces
no habrá una justicia completa. Por tal motivo, las fuerzas bolivarianas que expresan
la segunda y definitiva independencia, que quieren cortar de raíz las cadenas
que nos atan al imperialismo y las oligarquías entreguistas, son en definitiva
el mejor homenaje, no el único, que podemos hacerle a Maxi y Darío. Hoy sus
cuerpos no están enterrados en la tierra, cumplen la función de una siembra que
dará como fruto una América unida, una América con justicia social, una América
sin patrones ni explotadores, una América independiente. Si el compañero
presidente Hugo Chávez triunfa en las próximas elecciones del 7 de Octubre y da
su mensaje de victoria en el balcón del pueblo, junto a él estarán seguramente
Maxi y Darío con sus eternas humildades, dispuestos a continuar simbólicamente
por el largo camino que han tomado los pueblos que han decidido ser libres.